Pastel de queso y cerezas con migas

De Vera Atkins, la maestra de espías y el cerebro de la Sección Francesa de los Irregulares de Baker Street, se decía que tenía ojo de águila para los detalles y una memoria enciclopédica excepcional para recordar todo tipo de pormenores en lugares y rincones por toda Europa. A pesar de su juventud, vivió y se movió mucho por casi todo el continente. Incluso antes de entrar en guerra, trabajó para la diplomacia canadiense recopilando información -espiando, vaya- de los líderes nazis que echaban raíces por todo el viejo continente. 

Dueña de una sonrisa engañosamente inocente y un carácter frío y endurecido, se convirtió en el corazón de la Sección F del “Ejército Secreto de Churchill" que el primer ministro británico creó en 1940 con el fin de hacer arder y sabotear la Europa ocupada por los nazis. 

La misión de Vera como asistente del coronel Buckmaster, líder de la sección, era la de reclutar y enviar agentes encubiertos y operadores inalámbricos a la Francia ocupada. Además del reclutamiento, los formaba, los instruía sobre el espionaje y cómo vivir en Francia sin levantar sospechas. Envió de esta guisa a casi 500 agentes de los cuales 39 eran mujeres.
Pesé a la leyenda de heroicidades que siempre acompaña a estar historias, tanto los agentes como sus formadores, sabían que bajo tortura, terminarían tarde o temprano confesando. Se les preparaba -con pruebas reales- a aguantar 48 horas tras ser capturados, para así dar tiempo a sus compañeros a huir. Más de la mitad no volvían y no porque la Gestapo fuera la releche de eficaz, qué va, otro mito: eran delatados por gentes, que muchas veces, ni les iba ni les venía nada en ello. Por rabia, celos, por conseguir reconocimiento de las fuerzas de ocupación o vete tú a saber. La mezquindad humana no tiene límites.

Así que, cada vez que mandaba nuevos agentes a Francia, los acompañaba ella misma y los despedía a píe de avión, mantenía contacto con sus familias y se aseguraba que cada mes recibieran su paga. Entre sus agentes había taxistas, banqueros, escritores y hasta una princesa, Noor Inayat Khan, de origen hindú que tuvo que huir de Francia tras la invasión. Dijo sobre ellos, que a veces la gente corriente saca fortalezas inesperadas ante la importancia de derrotar al nazismo, asumiendo riesgos pero convencidos de su deber. 

Pero el destino quiso que el mayor Hans Josef Kieffer fuera el jefe de la policía secreta en Paris. Era un hombre inteligente, tranquilo y afable. Recibía a los agentes de Vera después de haber sufrido tortura y martirio a manos de la Gestapo. Llegaban en condiciones deplorables. Él les devolvía algo de dignidad, curaba sus heridas y les exponía los hechos: sabemos todo sobre ti y del resto de los agentes. Tenemos ayuda de altos cargos en Londres. Vuestros colegas os han traicionado. Están aquí y colaboran de buen grado. Puedes decidir tu futuro aquí y ahora: colabora y vivirás dignamente. Sino, la Gestapo se encargará de ti.
Y así, con mano izquierda, con mentiras y verdades en el mismo saco, consiguió colaboración continuada por parte de espías ingleses y franceses. El mayor Kieffer se fue haciendo poco a poco con los códigos de seguridad que le permitieron ir controlando las transmisiones de radio. La eficacia del alemán contrastaba con las negligencias y meteduras de pata, muchas veces provocadas por la burocracia dentro de Baker Street, haciendo que la Sección F perdiera el control casi absoluto de las misiones. Los agentes caían como churros y el coronel Buckmaster no quiso dar su brazo a torcer y reconocer que tenían un problema severo de seguridad. 

Vera, durante meses, creyó comunicarse con sus agentes sin darse cuenta que lo hacía con los nazis que jugaban mandando desinformación. Mientras creía que Noor Inayat Khan seguía activa sin ser descubierta, lo cierto es que hacía meses que había sido ejecutada por no colaborar. El golpe final, lo puso Josef Kieffer después del desembarco de Normandía, que viendo que el juego de radio había terminado, se permitió mandar un último mensaje a Buckmaster:

Le agradecemos las grandes entregas de armas y municiones que ha tenido la amabilidad de enviarnos. También apreciamos los numerosos consejos que nos ha dado sobre nuestros planes e intenciones y que hemos anotado cuidadosamente. En caso de que esté preocupado por la salud de algunos de los visitantes que nos ha enviado, puede estar seguro de que serán tratados con la consideración que merecen.
Esto destrozó a Vera. El golpe fue durísimo así que tras finalizar la guerra y como miembro de la Comisión Británica de Crímenes de Guerra que reunía pruebas para procesar criminales de guerra, se impuso a sí misma la misión de rastrear el destino de los 118 agentes que nunca regresaron.

Tras cerca de un año visitando campos de concentración e interrogando guardias alemanes, descubrió cómo y cuándo habían muerto sus agentes desaparecidos. Trasmitió a sus familias no solo su triste final sino los logros y heroicidades de sus seres queridos.  "No podía simplemente abandonar su memoria", dijo más tarde. Todos sus agentes habían muerto sirviendo a su país con valentía salvo uno que había sido enviado a Marsella con tres millones de francos y el tipo se los jugó en Montecarlo. Parece que los perdió y parece que se suicidó. Pero solo es un parecer.

Cosa curiosa: el gobierno francés no reconoció el mérito y sacrificio de Atkins hasta 1987 nombrándola comandante de la Legión de Honor, retraso que se debió a la cabezonería del general De Gaulle que nunca vio bien que la Sección Francesa no hubiera estado liderada por él. 

Vera May Atkins, la maestra de espías, la mentora de agentes de inteligencia, nació el 16 de junio de 1908, murió el 24 de junio de 2000.


Ingredientes:
Para la base (molde de 24cm):
  • 300gr. harina (usé espelta)
  • 150gr. de mantequilla
  • 2-3 cdas. de agua fría
  • 100gr. de azúcar morena
  • una pizca de polvos de hornear
  • 1cdta. de cacao
  • una pizca de canela

Para el relleno:
  • 3 huevos
  • 120gr. de azúcar
  • 1 paquete de pudding de vainilla
  • 1 ralladura de un limón
  • 600gr. de queso quark
  • 125ml. de nata líquida
  • 1-2 cdas. de semillas de amapola a tu gusto
  • cerezas a tu gusto (deshuesadas)

Para las migas (streusel):
  • El resto de masa de la base
  • 1 cda. de azúcar morena
  • 2 cdas. almendras molidas 

Preparación:
  1. Mezcla los ingredientes secos de la base y le añades la mantequilla. Si ves que queda muy seca (o dura) le añades un par de cucharadas de agua fría. Forra con esta masa el molde (24cm.) guardando como 1/4 de la masa para hacer las migas (streusel).
  2. Bate primero el azúcar con los huevos. Añade el queso quark, la nata, la ralladura y el sobre de pudding. una vez mezclado, añade las semillas de amapola. Cubre con esta masa el molde.
  3. Coloca las cerezas encima.
  4. Con el resto de masa, haz las migas. Si las quieres más crujientes puedes añadirle una cucharada de azúcar morena y dos de almendras molidas . Haz migas con los dedos y cubre el pastel.
  5. Hornea a 180-170 ºC dependiendo del horno hasta que veas que coge un color ligeramente dorado.


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