Albóndigas morunas a la andaluza

(1ª Parte: Las últimas sultanas)

Tres sultanas éramos las que tuvimos el penoso deber de abandonar Granada. La cristiana, la que se empeñó en que su hijo Nasr reinara por encima de los derechos de sucesión de mi hijo Muhammad, llamado por los infieles Boabdil, y que en su empeño aceleró la caída de nuestro reino. Mi nuera, la dulce y siempre triste Morayma, quien tras su desvalida mirada ocultaba a la corte su falta de carácter y desprendía, en cada uno de sus actos, esa especie de impasivilidad destemplada que acompaña fielmente al temor y la debilidad. Pero no la culpo de nada. Ella hizo lo que se le dijo y de pecar, pecó de sumisión. Ignorada por su esposo y desolada por la ausencia de sus hijos, su vida transcurrió en la más absoluta de las soledades. Jamás me reprochó nada, a sabiendas que la decisión final de ofrecer a los tres niños a la Corte de Castilla fue mía. No se me ocurrió mejor manera de mantener a mis nietos a salvo de la ira de Mulay Hasan y su hermano, el Zagal. Con todo el dolor de mi corazón, hice acompañar a los varones por mi nieta Aixa, mi niña del alma, en la certeza que solo ella podría coger mi testigo a mi muerte. Porque en el Reino de Granada, las mujeres siempre hemos sido ignoradas y ninguneadas a pesar de que, en tiempos de crisis y desorden, hemos sido nosotras las encargadas de tender puentes, alianzas y forjar lazos en favor de la paz y la reconciliación.   

¡Qué error tan tremendo! Jamás me lo perdonaré. Jamás. Tras la vergonzosa captura de mi hijo el Sultán en Lucena, donde el grueso de nuestra tropa se dio a la fuga dejando atrás solo y sin protección a su rey, negociar su rescate fue la tarea más humillante –o eso creía yo- que me tocó sortear. Además de los caudales y los centenares de cautivos que tuvimos que liberar; además de vernos obligados a jurar vasallaje a los Católicos, además, se nos requirió que mis nietos y hasta una docena de infantes de las más grandes casas nazaríes, fueran entregados como rehenes en garantía de nuestro cumplimiento. Y como tuvo que mediar Doña Isabel en tales negociaciones -porque su nobleza castellana abogaba por no liberar a mi hijo, y no con contundentes amonestaciones sino más bien con el flojo propósito de contradecir al de Aragón- y aprovechando cierta correspondencia privada que mantuvimos, tuve a bien la de pedir a la reina que tomara a mi nieta Aixa también como rehén y que la salvaguarda en su corte.  

Fui consciente que los niños iban a ser criados en las costumbres y religión cristiana. Era un precio bajo si eso les mantenía con vida. Mis más leales aliados, los Abencerrajes, aprovechando sus buenas relaciones con la cristiandad, los visitaban a menudo y les recordaban su destino y su santa obligación de salvar el Reino Nazarí. Mi nieta Aixa entró a formar parte de las damas de Doña Isabel, cercanía bien medida y labrada para garantizar la continuidad de nuestra correspondencia personal, a salvo de manos y miradas indeseadas. 

Lejos estaba de imaginar que las interminables y crueles desavenencias entre mi familia, que ya arrastraba tantísimos años de muertes y guerras intestinas, estaban a punto de finalizar y que, bajo los romanos arcos de la puerta de Elvira, verían mis cansados ojos traspasar las huestes cristianas, con sus estandartes y blasones camino de la Alhambra. Ni en mis peores pesadillas pude imaginar que mi última orden en Granada fuera la de pedir que se sellara la puerta de los siete suelos para garantizar que nadie más pudiera traspasarla después de que Abú-Abd-il-Lah Muhammad XI abandonara nuestro reino para siempre. 

De mí se ha dicho que fui la sultana celosa y despechada, la fría, la sexualmente indiferente que empujo al sultán a los brazos de una infiel, que mi despecho me llevó a decir aquellas amargas palabras:
Bien haces hijo, en llorar como mujer lo que no fuiste capaz de defender como hombre. 
Sí, amargas palabras y amargos dolores sentí aquel día. Defender Granada me había llevado a luchar mi vida entera. Y no lo hice por ambición puesto que no hay nada más estéril que una mujer desee poder y gloria. Me casaron dos veces para pacificar el reino; a tres hijos me los dieron muerte y goberné en la sombra para mantener con vida a Muhammad. El coraje que me faltó como esposa, lo gasté como madre. 

Soy Aixa, hija de Muhammad el zurdo, sultana viuda de Muhammad el chiquito, la repudiada por Mulay Hasan y la sayyida al-Hurra madre de Muhammad el chico, llamado el desventurado después de lo de Lucena. Si Dios todopoderoso me hubiera hecho hombre, el reino de Granada no habría caído jamás, pero quiso el destino que el día en el que nací, se sellara el principio del fin del reino andaluz.  


Para la ensalada de cous-cous:
  • 1 vaso (de 250ml.) de cous-cous
  • 1cdta. de especias amarillas para pinchos
  • Agua hirviendo para mojar el cous-cous
  • 1-2 tomates troceados (cantidad a tu gusto)
  • 1/2 granada grande
  • 1-2 cebolletas pequeñas
  • aceitunas a tu gusto
  • sal, aceite y vinagre de Jerez para aliñar la ensalada

Para las albóndigas (para 4 raciones):
  • 1/2 kilo de carne picada (yo uso mixta)
  • 1 huevo
  • perejil picado
  • 1 chalota picada muy fina
  • un diente de ajo machacado
  • especias amarillas para pinchos
  • 1 cdta. de yogur 
  • algo de harina para rebozar
  • aceite para freír

Preparación:
  1. Pon en un bol el cous-cous con las especias. Añade agua hirviendo para mojar el cous-cous sin que se encharque. Lo tapas y deja que repose 5 minutos.
  2. Con un tenedor, remueve bien el cous-cous hasta que se suelte el grano y se temple. Añade el resto de ingredientes a tu gusto y reserva en el frigo para que se refresque un poco.
  3. Mezcla todos los ingredientes para las albóndigas con la carne, haz bolitas y las rebozas en harina.
  4. Calienta una sartén con aceite y las fríes hasta que estén doradas
  5. Para servir: pon las albóndigas sobre una capa de cous-cous. Puedes servir con un poco de salsa de sésamo (yogur, limón, ajo y tahín) y decorar el plato con perejil, rodajas de pepino y de limón.

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5 comentarios

  1. Me ha gustado tu relato, después de tanta batalla y hombre muerto, la mujer mediaba en asuntos de palacio, pero también era la que pagaba el pato, vaya por dios, de qué me sonará eso?
    El cuscús me encanta, lo preparo de distintas formas y me ponga morada con todas. En cuanto a las albóndigas, no las hago de igual forma porque no le pongo especias amarillas, que me imagino son El Ras Hanout, pero puedo probar un día, aunque en casa no son de mucha especia. Buen plato y saciante, podemos echar el dia fuera después que no nos va a entrar hambre.
    Un beso

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  2. Hola Lola, muchas gracias :-) en cuanto a las especias para pinchos, no, no es Ras al Hanout. Son las especias para los pinchitos morunos. En Almería se sirven mucho de tapa y en Madrid -aunque se está perdiendo la costumbre- era una tapa de las fijas junto con el montado de lomo. He puesto link en la receta a las especias por si quieres echarle un vistazo. Un besazo,

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  3. Gracias por la rectificación de las especias, que las he escrito mal, a mi son las que me gustan para los pinchitos y para todo, y las que puedo colar en las recetas sin que nadie proteste. En la zona del estrecho se utilizan mucho por la cercanía a Marruecos supongo y son fáciles de encontrar.
    Bss

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  4. Ay que ver cuanta influencia tenemos y hemos tenido a lo largo de la historia, siempre detrás claro....me ha encantado tu relato.
    Vengo despacito, estoy superliada, y me encuentro con que blogger está cambiando, esta semana nos ponemos en contacto sin falta...gracias a que he podido ser redirigida para poder deleitarme la vista con tu cous cous y estas albóndigas que tienen una pinta de muerte.
    Un beso reina
    Marialuisa

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  5. Menuda pinta más extraordinaria! Lo intentaré hacer seguro.

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