Arroz djuvec con cevapcici

marzo 23, 2023
Existió un teniente japonés llamado Hiroo Onoda. Este era un nipón de los de antes de las dos bombas, con mucho rollo honor hasta la muerte, lealtad absoluta, servir a la patria o morir, etc. etc. etc. Educado en un marco en plan no hay gloria sin sufrimiento y la dignidad no entiende de fracaso, con 20 años y tras la entrada de EEUU en la guerra, Onoda se alistó en el ejército. Lo suyo eran las técnicas de guerrilla e inteligencia militar y parece que era todo un fenómeno, así que a finales de 1944, a Onoda le mandan a la isla filipina de Lubang para destruir todo lo que se le pusiera por delante.

Para su desgracia -insisto, lo del honor lo llevaba a rajatabla- cuando llega le dicen que las ordenes han cambiado: que había que evacuar la isla porque los americanos estaban al acecho pero que él y un puñado de valientes -traducción: unos cuantos pringaos que se dejen el pellejo en la contienda- debían permanecer en la isla y luchar hasta el final. Su superior parece que le dijo textualmente: "Puede que nos lleve tres años, incluso cinco, pero pase lo que pase volveremos a por ti". Llegaron los americanos, tiraron las bombas, se firmó la Declaración de Potsdam y aquí paz y después gloria. Se olvidaron de él.

No te lo voy a hacer largo: aguantó lo suyo al mando de un comando de tres hombres que se dedicaron durante lustros a robar y matar por la isla. 30 años después, a un estudiante japonés se le metió entre ceja y ceja buscarle y contarle que la guerra había terminado hacía la tira de años. Lo encontró y el teniente Onoda erre que erre: que sus ordenes son aguantar y luchar hasta la muerte. El joven que se va a Japón a localizar al mayor al mando, se lo lleva a la isla y así convencen al veterano que se rinda y que vuelva a casa. Cuando regresa flipa en colores con lo que se encuentra: rascacielos, una sociedad que nada tenía que ver con su mundo, un consumismo atroz y sus valores de patria, sufrimiento, honor y esas cosas desaparecidas en combate. Y fin. Así es la vida. Luchar ¿para qué? para nada. Nunca ha servido para nada.

Y ¿por qué no traigo una receta japo? porque no todo tiene que ir a juego como un colegial en su primer día de colegio. Este arroz y estos cevapcici vienen de la antigua Yugoslavia, por eso es difícil decidir a quien pertenecen. ¡Otros que han sufrido lo suyo y más!
Los cevapcici se preparan con distintas mezclas de carne dependiendo de donde los comas así como se presentan de mil maneras: con arroz, tipo kebap o en las parrillas veraniegas desde Estambul hasta la misma Viena. Yo te los traigo con el popular arroz serbocroata pero si vas de vacaciones por la zona, te lo servirán casi seguro con cebolla y salsa ajvar. En Austria han sustituido la salsa ajvar por mostaza -típico de mi gente-. En cualquier caso, te van a chiflar. Y el arroz también.


Ingredientes para los cevapcici:
  •  500gr, de carne picada mezcla de vacuno y cerdo
  • Cebolla y ajo muy muy picados. Con el ajo no te cortes, suelen estar cargaditos imagino que para espantar vampiros o algo peor.
  • 2 cdtas.de pimentón dulce
  • Un poco de sal y pimienta
  •  1 cdta. de guindilla o de especias Vegeta (típicas de los Balcanes) o de especias para chorizo (en cualquier mercado)
  • 1/2 cdta. de bicarbonato (para que la carne quede más suelta)

Preparación:
  1. Mezclas todo junto.
  2. Haces unas albondiguillas de unos 30gr. y luego las estiras a modo de un chorizo. Que reposen 1 hora mínimo.
  3. Las fríes en una sartén con un poco de aceite de oliva o si van en parrilla, las untas antes con un poco de aceite.
Ingredientes para el arroz djuvec para 4:
  • 1 cebolla pequeña picada muy en fino
  • 2-3 dientes de ajo machacados
  • 1 cdta. colmada de pimentón dulce
  • 2-3 cdas. de tomate concentrado o salsa espesa de tomate
  • 300gr. de arroz largo
  • 600ml. de caldo de carne
  • 2-3 cucharadas de ajvar
  • 1 cdta. de guindilla o de especias Vegeta (típicas de los Balcanes)
  • un chorrito de aceite de oliva
  • un puñado de guisantes a tu gusto
  • sal solo si hiciera falta

Preparación:
  1. En una sartén, con un poco de aceite de oliva, rehogas brevemente la cebolla, el ajo, el tomate, ajvar y el arroz. Añades las especias, el caldo y lo dejas hervir a fuego suave hasta que consuma el caldo.
  2. Poco antes que consuma todo el caldo, añade los guisantes y si hiciera falta, añade algo de sal (si usas vegeta no hace falta que ya lleva).
  3. Sirve con los cevapcici por encima.

Buñuelos de pan

marzo 17, 2023
Toda la vida he estado escuchando eso de que dos no pelean si uno no quiere pero... si me preguntas, la frase es falsa a más no poder. Puede que uno no quiera -o no pueda- defenderse y se deje golpear incluso hasta la muerte, pero eso no detendrá la disputa. Al contrario, hará que el canalla se crezca en su crueldad pero lo de "que haya paz" a costa de la violencia del más bárbaro, pues casi que no hay quien lo masque. Con que una persona levante la mano ante otra, en el mismísimo momento en el que la otra se agacha para esperar el golpe, esa bobada del "dos no pelean" se desintegra en el aire.

En las guerras son los indefensos los que más sufren, y no lo digo yo que a las pruebas me remito. La historia nos lo lleva contando desde que el mundo es mundo pero tendemos con una inquina cojonera a culpar unos a una parte, otros a otra y los de más allá a los marcianos... y ojo, no olvidemos que la historia la sobre escriben siempre los ganadores así que hasta eso no es muy de fiar.
Hasta que entran en acción los paleontólogos y arqueólogos, y empiezan a contarnos como fue el mundo. Y lo hacen no con teorías e hipótesis que son obra más de la fantasía del científico de turno que de la verdad, sino con pruebas; a lo Grissom, a cara perro como diría Broncano. Mira, un ejemplo. Se venía manteniendo que las masacres y los asesinatos en masa eran cosa contemporánea al Neolítico, que se le consideraba un período relativamente pacífico. Unas fosas encontradas en Centroeuropa allá por los años 80 -y otras descubiertas después- vinieron a confirmar que ni de coña. Las últimas encontradas hace unas semanas en Eslovaquia vienen a confirmar que hace 7.000 años se lió parda en toda Europa. ¿La Primera Gran Guerra? Posiblemente. 

Algunas fosas son tan grandes que desvelan verdaderos holocaustos de violencia extrema, ritualizada -mutilaciones, canibalismo, torturas-  y muy posiblemente promoviendo ese exceso de salvajismo para aterrorizar a los supervivientes. El hombre, haciendo de las suyas en su salsa. ¿Y por qué? por codicia. Porque las cosechas eran buenas, los clanes se asentaron y prosperaron, crecieron, y al hacerlo también necesitaron de más cultivos, más caza y empezaron a pisarse sus territorios; llegaron los conflictos, luego las malas cosechas y con ellas las hambrunas y las epidemias, y para legitimar el salvajismo deshumanizaron al clan de al lado, que pasó a ser el rival, y entonces se vieron con el derecho de eliminar, limpiar, vaciar, expoliar y destruir dejando un claro mensaje a su paso: no os toméis la revancha porque somos capaces de esto y mucho más. Y hasta hoy.

El mundo no arregla al mundo. Ni las sociedades, ni el progreso, ni el conocimiento. La paz duradera es un mito. Hay gente mala entre nosotros secundada por codiciosos, por cobardes y egoístas. Mantienen sus conciencias limpias deshumanizando al que les molesta. Y en ese escenario los sádicos y salvajes son los que toman el control, y hacen de las suyas, como han hecho siempre. Y lo disfrutan -vaya que sí- porque matar, torturar y aterrorizar se la pone dura. Y el resto, que desea vivir y dejar vivir, en paz, solo tiene dos opciones: bajar la cabeza y desear una muerte rápida o pelear contra el canalla -da igual su color, su forma y su discurso. Son el mismo perro con distinto collar-.

Esta es una receta a la antigua, con el pan viejo que tengas y la leche que te acepte. Suena a medidas de abuela y así es porque cada pan absorbe a su aire así que hay que ser flexible. En cualquier caso, siempre sale rico. 


Ingredientes:
  • pan viejo (de la víspera o duro)
  • 2 huevos
  • Leche
  • 2 ajos machacados
  • Perejil muy picado
  • Sal y pimienta
  • Aceite para freír

Preparación:
  1. En el paso a paso que adjunto puedes ver la consistencia que tienes que lograr pero ya te digo, mientras el pan no esté ni seco ni encharcado en leche, siempre sale bien.
  2. Formas bolitas con la ayuda de una cucharita y los fríes en abundante aceite.
  3. Hace poco, @catypol publicó un video con una versión muy similar. Puedes verlo y verás que fácil.

Tortellini con cheddar y espinacas

marzo 06, 2023
     La playa, a esas alturas del año, se encontraba desierta de bañistas donde tan sólo unos cuantos paseantes, aprovechando la oportunidad de dejar a sus peludos corretear libres por sus casi cien metros de orilla, se dejaban ver de vez en cuando. De aguas poco profundas y muy tranquilas, la Playa de los Genoveses era la favorita de Tuerka donde podía corretear de un extremo a otro por su arena dorada, entrar varios metros en su orilla o sortear las palmeras y las dunas que flanqueaban toda la bahía. El Sol, tibio y amable, permitía alargar el paseo más de lo normal sin llegar a sentir la humedad en sus huesos por mucho que chapoteara entre las pequeñitas olas que se formaban sin mucho afán ante la ausencia de vientos.

    Tuerka y Don Suso saltaban y brincaban como un par de posesos, locos de felicidad, sobre todo él ya que era la primera vez en su vida que probaba el agua marina. El resto de la pandilla —Lolo, Nube y Zeta— se habían quedado en Madrid porque el abuelo Lolo apenas se tenía en pie solo y Doña Nube y la Srta. Zeta, al no haber logrado superar aún sus traumas, no estaban listas para este tipo de escapadas.

     Mientras Tuerka brincaba cerca de la orilla, notó que algo se le enredaba por las patas traseras y se le subía hasta el lomo. Un pulpillo, en teatral danza, arrastraba su blando cuerpo por sus cuartos traseros: 

    —Buenos días chiquilla, no te importuna que me monte en tu grupa y así yo también goce un poquillo de este fantástico día de Sol y poco viento, ¿verdad, preciosa?
    Don Suso, que creía que la vida ya no le podía sorprender más, miraba atónito la escena sin saber si debía montar un escándalo, salir corriendo o ambas cosas al mismo tiempo. Y a pesar de ser muy suya para ciertas cosas, Tuerka aguantó el trance sin mover ni un músculo y mirando a un lado, susurró:

    —Si ya lo sé, no te creas.
    —Disculpa monada, ¿me decías? —contestó el cefalópodo.
    —No, si no hablo con usted. Hablaba con mi hermana.
    —¡Oh vaya! Ya veo.
    —No mienta Sr. Pulpo que usted no puede verla. Esto es sólo cosa mía, no sé si me entiende —Suso arrugó el hocico cuanto pudo quitando importancia al hecho en sí, como aconsejando al pulpillo no entrar en ese pedregal— a mi hermana sólo la veo yo y sólo a mí me habla, así que no me venga con visiones que le apeo en un pispás.
    —¡Chist! no se hable más, hermosa. Entendido y aquí el menda calla y otorga cuando hay que callar. Cierro el pico y no se hable más que cada uno sabe y atiende a lo que tiene que atender. No sé si me explico...
    —¡Fatal! Como siempre fatal, invertebra'o, que te lías tú solo con tanto tentáculo y tanto tingla'o— Tuerka contempló al pez que asomaba fuera del agua una boca grande y torcida que le llegaba casi hasta los ojos, algo saltones y demasiado juntos, y mientras hablaba, daba pequeños empujones intentando asomar su cresta de pinchos.
     —Mira Paco, rascacio tenías que ser... si es que se te ve venir de lejos con esa mala chufa que gastas. Que el que se hace el lío eres tú, gallineta, que tu bravuconería no se la cree nadie, priga'o —y mirando a Tuerka, arrastrando su blandengue cuerpecillo hasta su cuello, añadió— Tranquila bonica, no te alteres que este tiene más de besugo que de cabracho.
    —Hasta que te pinche y ya verás, me cachis en... mira pivón —le dijo a ella— este es un interesa'o. Ahí donde le ves se aprovecha de cualquier alma que por estas aguas chapotea, que parece que no pero morro tiene casi tanto como tú... oye, y no lo digo por faltar, si no literal. Ya me entiendes.
    Tuerka rompió a reír como no le salía desde hacía mucho tiempo. Tal fue el ataque, que el pulpo casi sale disparado de su grupa y Don Suso, más descolocado que nunca, no sabía si ladrar, saltar o salir corriendo al amparo de la madre.

    —¿El brabucón y usted sois amigos desde hace mucho? y ¿desde cuando los pulpos toman el Sol? y los rascacios ¿para qué sacan sus crestas fuera del agua? y...
    —Muy preguntona eres tú para lo flaca que eres chiquilla— dijo el pez.
    —Calla mala bestia, que la niñica merece saber y si es flaca es porque puede que alguno que me sé está echando un cuerpo tonelillo que no veas.

    Y como era de esperar, todos rieron de nuevo a placer porque el rascacio, herido en su pundonor, empezó a hacer glú-glú en pleno ataque de mala leche porque se empeñaba en maldecir y embestir con las púas al mismo tiempo.

    —Ainss, si es que hay que quererle, animalico —y mirando de nuevo a la galguita, el pulpo añadió— pues la cosa no te creas pero tiene chufa. Aquí donde me ves, soy medio filipino por parte de padre y por allí somos muy dados a salir del agua a comer cangrejos o tomar el Sol pero por estas costas como se me ocurra tirar más para la orilla termino en una paella, no te digo más, pero te he visto con esa cara de buena gente y mira, no me he equivocado —y viendo que de nuevo susurraba en dirección a su hermana invisible, preguntó— Y tu hermana, ¿qué dice?
    —Que eres la mar de salado y que con pulpos como usted da gusto ir a la playa.
    —Pero que majas que sois, mecachis en tó... ainsss... y ¿por qué hablas con tu hermana si no es indiscreción preguntar?
    —Porque los perros tenemos mala memoria, tan mala, que no me acuerdo ni de lo que he desayunado aunque si somos capaces de recordar por asociación, así que mi hermana viene y me habla cada día para que no me olvide que, junto a ella y la madre de galgos, he pasado los años más bonitos de mi vida. Yo no sabía lo que era una familia hasta que me fui a vivir con ellas.
    —¡Ay hermosa! di que sí, que los recuerdos son un tesoro y mira si eres lista que has encontrado la forma de no olvidar. Qué bonito que cada día puedas reencontrarte con tu hermana.

    Y el rascacio malhumorado cambió los gruñidos por pucheros y se le encogieron las agallas. Don Suso la miraba con ternura, como siempre. De pronto, la voz de la madre se hizo oir: "Tuerkiiii, Susooooo" y supieron que había que irse.

    Adiós chiquilla, anda marcha, no hagas esperar a tu humana. ¿Vendrás mañana? ¿lo intentarás? ¿Me recordarás?
    —No estoy segura pero si vengo búsqueme como hoy y cuando le vea me acordaré de este ratiro tan bonito que me ha hecho pasar.
    —Adiós mi reina, yo también soy de mala memoria pero mira, de ti, no me olvidaré jamás —dijo el pez y se zambulló en las cristalinas aguas de cabo.

Dedicado a @Lola Galga y a su pandilla


Ingredientes para 4 raciones:
  • 400 gr. de tortellini (tu relleno preferido)
  • un manojo de espinacas
  • 1 diente de ajo
  • 300ml. de nata líquida
  • 3 cucharadas soperas de salsa de tomate
  • 3 lonchas de queso cheddar fundido
  • sal y pimienta (muy poco)

Preparación:
  1. Saltea las espinacas en una sartén grande con un poquito de aceite de oliva y un ajo machacado. Salpimienta ligeramente.
  2. Cuando empiecen a pochar, añade los tortellini con un pequeño chorrito de agua. Lo tapas y cueces unos 3 minutos a fuego suave.
  3. Añade la nata, el tomate frito y las lonchas de queso cheddar. Cuando la salsa esté ligada, ya estará la pasta lista para servir.

Bizcochito de manzana y queso fresco

febrero 25, 2023
Doña Asunción era una señora de altos vuelos. Y no exagero en absoluto. Nació en la Sierra de Codornices mientras su padre hacía prospecciones mineras en el Municipio de Salamanca para una hacienda de mineros con bienes de largo abolengo, de ascendencia española para más señas y muy encopetados dentro de las familias importantes de Guanajuato. De padre austriaco y madre mexicana, fue bautizada en la fe católica en La Joyita de Villafaña, a más de 2 mil metros de altitud y aunque su madre quería haberla llamado Carlota, su padre insistió que a la niña le pegaba mucho más llamarse Asunción, que si su cuerpecito había nacido tan en lo alto, fijo que su alma también frecuentaría las alturas.

Mientras su padre buscaba nuevas vetas de azogue y plata por las Sierras de Guanajuato, su madre contrajo unas fiebres que se la llevaron en menos de lo que cantó el primer gallo de la madrugada y para que la niña quedara a buen recaudo, mandó traer a su madre que, aunque de español la mujer ni papa, de cariño y buenos cuidados iba sobrada. Y así es como se crió Doña Asunción, con una abuela que le enseñó a hablar alemán y hacer kuchen de frutas, de queso fresco, de chocolate, de crema, de nueces, de nata... de mil maravillas que a sus vecinos y amistades se les hacía que esos manjares con sabor al viejo continente eran divinos.

Asunción se casó joven y enviudó rápido. Le quedó una renta más que holgada, por lo que decidió no volver a casarse. No le había ido mal con su marido pero mira, para qué jugársela dos veces. Su amiga Juanita, que se casó más joven aún y con el muchacho más guapo de todo el estado, tuvo 8 hijos y vivió, literalmente, solo para criarlos porque el guaperas le salió machote bien pronto y mientras se encamaba con una y con otra, tenía a Juanita más recta que un poste. No podía leer, ni hacer labor, ni cocinar más allá que para dar de comer a sus hijos. "Tú no le quitas el ojo a mis hijos, ¿me oyes? Tú me los crías y nada más"... así que Asunción se dedicó a pasarle libros de contrabando a su comadre que escondía debajo del colchón porque desde bien pronto, el marido abandonó su habitación primero, y se mudó a casa de su amante después. Con los años, Juanita se atrevió a pedirle la separación. Para su sorpresa, éste no solo se la dio, además le pasó una pensión para que a sus hijos no les faltara de nada pero dejó bien claro que de divorcio ni hablar. Eso jamás. Y mira, ella tan contenta porque con esa experiencia, cuarenta años, ocho hijos a su cargo y un marido canalla tenía a los hombres atragantados. 
Y Juanita, que a menudo se lamentaba no haber podido aprender nada de provecho en su vida, descubrió que podía mantenerse por sí misma haciendo lo que siempre había hecho; cuidar de los demás, y montó una casa de huéspedes donde alojaba estudiantes, casi todas chiquillas que acudían a estudiar a la Universidad de Guanajuato. 

Asunción vivía en una casona colonial cerca de la Presa de la Soledad y cuando la susodicha la invadía, hacía el bizcochito preferido de Juanita y allá que se iba a la ciudad a platicar y mascar con el mismo entusiasmo porque sobra decir que desde que Juanita recuperó su libertad, las amigas no podían vivir la una sin la otra, del mismo modo que una no podía vivir si los bizcochos de la otra, y la otra sin el pozole de la una que era, por cierto,  igual de famoso que los bizcochitos de Asunción.

El destino, que a veces la lía parda de puro sin querer, quiso que una de las hijas más jóvenes de Juanita se enamorara de otro austriaco y se fuera a los Alpes a vivir donde nacieron sus nietos más pequeños. Y necesitada de disfrutar de ellos, hizo las maletas y allá que se fue a hacer de abuela a tiempo completo. Pero cada día, cuando se quedaba sola, a la que unos se iban a trabajar y otros al colegio, a Juanita le mordisqueaba la añoranza, echaba de menos los bizcochitos de su amiga porque aunque estaba en el reino de los Kuchen, a ella no le sabían tan ricos como los de Asunción.

A su hija, que la melancolía de la madre no le pasó desapercibida, le apenaba enormemente la situación así que sin pensárselo mucho escribió la siguiente nota:

"Doña Asunción, tiene usted que venir. No hay más remedio. Mi madre languidece sin su compañía. No se que hacer ni como remediarlo. Muero de pena al verla así."

La carta llegó por correo aéreo urgente en tiempo récord. El cartero la entregó en el mismo instante en que Asunción sentía que la presa también se la iba a tragar a ella. La emoción se enjuagaba en pánico. "Sí, tengo que ir inmediatamente" "¡oh dios mío! pero si jamás he volado" "Ni modo voy a saber yo llegar a Austria" "pero tengo que ir, rápido, no hay tiempo que perder". Preparó en un santiamén, tres hermosos bizcochos de manzana con queso fresco. Uno se lo regaló a la empleada de la agencia que gestionó el boleto. Tenía que ser el más rápido y con menos escalas posibles: "no olvide contratar que me lleven y me traigan por el aeropuerto que yo no he viajado en esos pájaros antes". Otro se lo regaló a Don Felipe, el taxista que siempre la llevaba y traía de la ciudad, para que pusiera rumbo a Ciudad de México lo antes posible y mientras hacían millas, el hombre iba dando buena cuenta del manjar. 

El tercero, bien empaquetadito en un tupperware, lo llevaba para Juanita, aunque no supo afrontar los ojos de deseo del operario que la trasladó hasta el avión en Ciudad de México, ni la carita de deseo de la azafata, tan mona y tan simpática, ni del otro operario en la terminal de Madrid. Rezó para que en el otro avión, camino de Viena, no le pusieran más caritas ni más ojitos porque el bizcochito empezaba a escasear. Aún así no se contuvo de repartir lo que quedaba con el operario de Viena que localizó una de sus maletas que se había despistado en la cinta de equipajes. El último trozo, al viajar tan solitario dentro de ese tupper tan grandote, se fue estampando en las paredes del envase a la que realizaba el último tramo de su viaje. Cuando por fin se reencontró con su amiga, el bizcocho estaba desmigajado y algo desparramado, detalles superfluos que Juanita no atendió a ver saboreando con tanto gusto el bizcochito de manzana y queso fresco de su amiga Asunción.

PD: dedicado a María Luisa, a Juanita y a la hija de Juanita. 


Ingredientes:
  • 3 huevos
  • 170gr. de queso fresco (tipo Philadelphia o queso quark por ejemplo)
  • 115gr. de mantequilla
  • 150gr, de azúcar
  • vainilla
  • 200gr. de harina
  • 1 cdita. de polvos de hornear
  • una pizca de sal
  • 3 -4 manzanas peladas y cortada en daditos
  • 1/2 cdita. de canela
  • 1cda de zumo de limón
  • 2 cdas. de azúcar moreno

Preparación:
  1. Enciende el horno a 180ºC.
  2. Con ayuda de unas varillas o batidora eléctrica, mezcla los huevos, la mantequilla, el azúcar, la vainilla, el zumo de limón y el queso fresco. Una vez hecha una masa suave, añade el harina, una pizca de sal y los polvos de hornear. 
  3. Mezcla la manzana troceada con el zumo de limón, el azúcar moreno y la canela. Una vez bien ligado lo añades a la masa.
  4. Engrasa el molde, vierte la masa y hornea hasta que tiene un color dorado suave y uniforme. Puedes servir con azúcar glas por encima.

Lentejas express happy end

febrero 22, 2023
El origen del mundo

Hacía pocos años que había terminado la guerra de España y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la Republica. Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros o le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa beata, mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo.

Mucho tiempo después, Josep Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó. Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegué al exilio. Me lo contó: Él era un niño desesperado que quería salvar a su padre de la condenación eterna y el muy ateo, el muy tozudo, no entendía razones.

- Pero papá - le dijo Josep, llorando -. Si Dios no existe, ¿Quién hizo el
mundo?
- Tonto -- dijo el obrero, cabizbajo, casi en secreto -. Tonto. Al mundo
lo hicimos nosotros, los albañiles.

El libro de los abrazos, Eduardo Galeano
El libro de los abrazos es uno de mis libros preferidos desde hace siglos. Le tengo siempre a mano, como desde hace 20 años o así. No sabía que historia traerte, he dudado mucho. Vendré con alguna otra pronto.

Mientras, me quedo con esta historia, recuerdo triste de nuestra posguerra y dictadura. A muchos a lo largo de mi vida, los he oído decir que era una dictablanda. Eso solo lo pude decir un favorecido por el caudillo. Los que estuvieron del otro lado -como mi abuelo Saturnino- las pasaron canutas.

A mi abuelo sé que le hubieran encantado estas lentejas. Son super rápidas y tan gustosas que hasta Lucas que no es nada fan de las legumbres se las come con mucho gusto. Hago una versión casi igual con judías pero con sirenitas flotando: a veces buñuelos de patata y bacalao, o albondiguillas de pan o de carne... las traeré al blog cualquier día de estos. Hoy toca lentejas con happy end, porque las democracias es lo que tienen, nos quitan el pan -porque engorda, no por otra cosa- y nos colman de platos rápidos y sabrosos.


Ingredientes para 4 raciones:
  • 1 patata grande
  • 1 zanahoria 
  • 1/2 cebolla
  • 1 diente de ajo
  • caldo de verduras (más o menos 1/2 litro)
  • 300gr. de salsa de tomate casera (o tipo casera)
  • 1 lata de lentejas (más o menos 400gr.)
  • Un manojo de espinacas
  • opciones: unas rodajas finas de longaniza)

Preparación:
  1. En un poquito de aceite de oliva, pocha la cebolla y el ajo mientras cortas en trocitos muy menudos la patata y la zanahoria. Cuando dore la cebolla, añade un poco de caldo y cuece hasta que transparente casi toda.
  2. Pásalo por la minipimer o procesador de cocina hasta que quede completamente triturada. Vuelves a pasar este caldo a la olla y cueces en él la patata y zanahoria unos 5 minutos
  3. Añade el resto de ingredientes. Las espinacas debes cortarlas en fino antes de echarlas a la cazuela. Deja que cueca 10 minutos más o hasta que veas que la zanahoria está blanda. Rectifica de sal.

Coliflor gratinada sonrisas y lágrimas

febrero 18, 2023
Esta mañana, a la que desayunaba, he escuchado en Youtube a Carlos G. Cano, de la Cadena Ser,  entrevistando a los Gomaespuma hablando de la fundación que lleva el mismo nombre y haciendo un repasillo de anécdotas gastronómicas entre otras cosas. Hablaron de ese destello tan especial que nos diferencia de otras cocinas del mundo; evidentemente todas son buenas, se puede comer fenomenal en cualquier parte del mundo pero ese puntillo que todos los expatriados echamos de menos a rabiar, es nuestra costumbre de hacer de la comida un acto social donde, por ejemplo, entre tapa y tapa los chiquillos te corretean por la barra de un bar donde chaspan juntos un grupo de jubilados, otro de estudiantes, una despedida de soltera o el cuñao de turno que ese nunca falta. Nosotros no quedamos para ir al cine y después cenar, o comer y luego lo que sea... no, tenemos  "una comida" o "una cena" o "un vino" y no se hace nada más. No se te ocurra quedar para después porque, en serio, no vas a llegar. Hay comidas que terminan de madrugada sin remedio... y cosas peores.

Somos un país de tapas, es verdad, pero también de comida casera y de guisos. Juan Luis Cano recordaba a su madre, que cada noche antes de irse a dormir preguntaba eso de "¿Y mañana que os hago para comer?" y cada noche, su padre contestaba: "cocido". Y es que es así, un español sin guisos no es nada.

Guillermo Fesser también recordó la coliflor gratinada de su madre y ahí recordé yo la de la mía que también la hacía con mucha frecuencia. Yo llegué a titular a la susodicha "la coliflor sonrisas y lágrimas" porque de los cinco pimpollos, a tres les chiflaba y a dos nos condenaba al lagrimón delante del plato entre arcada y arcada. Luego de más mayor, solo la comía gratinada y ha tenido que ser de requete adulta cuando la he apreciado en más jaleos culinarios.
Y mira, ha querido el destino que escuchara hoy el podcast, el día en que mi madre cumplía años. No somos de conmemorar las fechas de las despedidas, somos más de celebrar la vida, esa tan bonita que nos tocó compartir. De esta foto que ves, ya nos faltan dos. Y en las celebraciones, ya vengan penas o alegrías, siempre entran mejor zampando a dos carrillos.

Yo la coliflor gratinada la hago con la falsa bechamel que me enseñó mi madre. Decía que la de harina sabía a engrudo y lo bueno, es que no queda nada grumosa y está más ligera. Además, yo hace muchos años que no como primer y segundo plato. Soy de plato único, así que le pongo patata para que el hambre no te aceche a media tarde. Y mira, hubiera sido la solución para evitar los lagrimones ya que al llevar patata, uno siempre tiene la opción de apartar o intercambiar con el vecino los trozos de la discordia. Creo que esta versión de la coliflor gratinada la llamaré "qué bello es vivir" y todos tan felices.

Felicidades mamá.


Ingredientes para 4 porciones:
  • 1 pella mediana de coliflor
  • 500gr. de patatas
  • un poco de caldo de verduras
  • un poquito de hierbas aromáticas le viene muy bien
  • sal y pimienta
  • queso rallado y un poco de pan rallado para gratinar

Para la falsa bechamel:
  • 500ml. de lecha
  • 25gr. de mantequilla
  • Un poquito más para diluir 2 cdas colmadas de Maicena (unos 40gr)
  • sal, pimienta y nuez moscada

Preparación:
  1. Pela las patatas y las cortas en rodajas gruesas. Cortas la coliflor y lo cueces todo junto en una cacerola con un poco de caldo de verduras. Más o menos 20 minutos a fuego lento.
  2. Prepara la bechamel: calienta en un cazo la leche con la mantequilla. En un poco de leche extra desligas la maicena y cuando rompa a hervir lo añades sin dejar de remover. Salpimienta y aromatiza con nuez moscada.
  3. Precalienta el horno a 180ºC (160º si es de aire)
  4. En una fuente, pon la coliflor y las patatas con un poquito de hierbas aromáticas si te gustan, añade por encima la bechamel, cubre con queso y espolvorea un poco de pan rallado para que gratine mejor.

Nougatkipferl para Trompa

diciembre 18, 2022
El adviento este año no puede ser más largo; hoy es el cuarto domingo, el último antes de navidad, y aún así nos queda por delante una semana de celebraciones y preparaciones. Para mí, este año solo se ha traducido en hacer galletas. Ya no sé cuanto he regalado... y lo que me queda. Lo curioso es que no he escuchado ni un villancico. Me di cuenta ayer viendo jugar a los Clippers vs Wizards bajo esa traca de música y show navideño en los tiempos muertos; madre mía, eran mis primeros villancicos y terminé empachada de papás noeles, duendes y otros personajes navideños para mí indescifrables.
En cualquier caso, estas navidades no van a ser especialmente divertidas. Siempre que no viene Álvaro las paso raras. Además, esta semana mi amiga Poté ha perdido a una de sus niñas, a la pequeña Trompa, la Trompi, una de sus galguitos -ahora mismo tenía a cinco- que era todo un amor. Nueve años juntas desde que la rescataron. Mami adoptiva de la Tuerca y matriarca de los demás aunque desde que llegó Nube, el roll de "ven aquí que te mimo" cambió de hocico. Son días tristes para Poté y su panda.
Pero dentro de la adversidad -porque lo que le hacen a estas criaturas no tiene nombre- Trompa tuvo mucha suerte. Fue a dar con la mejor mami-humana que un galgo puede tener. Cómo los quiere, y los cuida, y los atiende a cada uno dependiendo de sus circunstancias: operaciones, visitas al veterinario, cada cual con su propia dieta, y mimos, y atenciones... Ay Trompa, cuanto amor has dejado a tu paso.

Y con estos Kipferln, termino mi adviento. Cuatro cuernitos o medias lunas, como quieras llamarlos, que son los imprescindibles de la navidad austriaca. Y las penas se llevan mejor o bien comiendo sopa o saboreando un dulce. Y estas galletitas de nougat son el mejor homenaje que esta guisandera puede hacer a nuestra querida Trompa. Poté, te las debo.


Ingredientes:
  • 300gr. harina repostera
  • 1/2 cdta. de polvos de hornear
  • Bourbon Vanille (extracto, polvo, etc)
  • 2 cdas. de azúcar
  • 1 pizca de sal
  • 1 huevo
  • 100gr.  de mantequilla blanda
  • 200gr de pasta de nougat o bombones de nouagt o praline (tipo Merci, por ejemplo)
  • Chocolate de cobertura para bañar los cuernitos

Preparación:
  1. Puedes ligar todos los ingredientes en una procesadora, amasadora o con unas varillas eléctricas. Si las haces a mano, haz una montañita con la harina en la encimera, forma un pozo y añade el resto de ingredientes. La masa de nougat o los bombones tienen que estar picados en trocitos muy pequeños. Amasa todo bien hasta que esté bien ligado, lo envuelves en film transparente y dejas que repose en un sitio fresco una media hora para que asiente el sabor y endurezca un poco la masa.
  2. Precalienta el horno a 170ºC (si es de aire a 160ºC).
  3. En la encimera (enharinada si ves que hace falta aunque no creo que será necesario) forma un rollo alargado como de 2cm. de grosor. Corta trocitos como de 1cm. y vuelves a hacer con cada pieza un rollito alargado que doblarás por la mitad para darle la forma de cuernito.
  4. Pones los kipferln sobre una placa de horno con una lámina de papel de hornear y hornea hasta que veas que coge apenas un poco de color (unos 10 min. máx.). Una vez frías, baña la punta de los cuernos en chocolate de cobertura derretido.

Vanillekipferl

diciembre 11, 2022
Ya estamos en el tercer domingo de adviento. Bueno, bueno, que veo que este año es el bueno, que voy a conseguir publicar los 4 domingos -o casi, que el anterior hice un poco de trampa-. El caso es que estoy muy contenta de ver que puedo marcarme retos tontos y cumplirlos, que no todo tienen que ser grandes gestas a la desesperada. La cuestión es que, me he dado cuenta que a estas alturas aún no te contado de donde viene esta cosica de contar los domingos que faltan para navidad, hacerlo encendiendo velas y comiendo galletas. Allá va la historieta del día:

Érase que se era un pastor evangélico llamado Johann Hinrich Wichern que regentaba un hogar infantil en Hamburgo hace la tira de años. Para que te centres, estamos en medio del siglo XIX. Los niños que acogían eran huérfanos o críos con situaciones familiares horrendas. Es de imaginar que estas criaturas tenían pocas cosas en la vida por las que ilusionarse y tal vez, la única fecha digna de encanto era la Navidad, fecha por la que preguntaban sin cesar a medida que se acercaba el frío.

Este pastor tuvo la idea de poner, sobre una rueda de carreta, 23 velas; cuatro grandes blancas que representaban los domingos de adviento y 19 rojas más pequeñas para los días de la semana. La idea entusiasmo a los peques que así podían hacer una cuenta atrás hasta la gran noche, Nochebuena, donde muy posiblemente ese día cenarían alguna sopa especial y puede incluso que hasta algun dulce.
El evento, por supuesto, encantó a los feligreses que vieron, más allá del juego infantil, una simbología algo mística relacionando las candelas con la luz de Jesucristo. La idea fue cuajando por la Alemania protestante manteniendo el encendido de las velas dominicales y se añadió ramitas de abeto que venían a representar la vida, o la esperanza, o la piedad... vete a saber, porque eso vino después y hoy en día hay quien cuenta que cada vela representa algo bueno: la esperanza, el amor, la vida... cosillas así que están muy bien pero suenan un poco a peli de Disney.

El caso es que se hizo muy popular incluso en las iglesias católicas que se unieron al sarao allá por 1925.  Después de la segunda Gran Guerra, se encendían coronas de adviento en toda Austria y Alemania. Con el paso de los años, la gente ha rebuscado mucho en los misticismos religiosos, contando que las velas rojas simbolizan la sangre de cristo derramada en la cruz, que el hecho de ser redonda evoca al círculo sin principio ni fin que simboliza la eternidad que supuestamente se nos entrega a los mortales a través de la resurrección de Jesucristo. En fin, cualquier excusa es buena para hacer campaña y pescar nuevas almas.

Y las galletas, ¿Qué? ¿Cuándo se colaron en el Adviento? Pues parece que hace un montonazo de años pero los Stollen y los Lebkuchen se los zampaban los monjes y demás moradores de los conventos y monasterios. La popularidad entre la gente de a pie, muy posiblemente,  llegó con la ocupación aliada y la influencia de la hora del té de los britis, y gracias a las laicas manos de las Frauen que, todo hay que decirlo, en este tipo de menesteres no tiene competencia, las variedades y especialidades han ido con el paso de los años engordando a las generaciones venideras. 

Por suerte, han tenido a bien formalizar que estos atracones de galletas solo se acusen en adviento. El resto del año ni las prueban y si te da por hornear unas pastitas de té un domingo te levantan la ceja e increpan "¡pero si no es navidad!". Tal cual.  Las Vanillekipferl son las reinas de los domingo de adviento austriacos, No puede faltar en ningún surtido. Supongo que debe de ser pecado.


Ingredientes:
  • 280gr. harina repostera
  • 100gr. almendra pelada y molida
  • 80gr. azúcar
  • 200gr. mantequilla
  • 2 yemas
  • vainilla
  • 1 pizca de sal
  • azúcar glas con azúcar avainillada para espolvorear 


Preparación
  1. Puedes ligar todos los ingredientes en una procesadora, amasadora o con unas varillas eléctricas. Si las haces a mano, haz una montañita con la harina en la encimera, forma un pozo y añade el resto de ingredientes. Amasa todo bien hasta que esté bien ligado, lo envuelves en film transparente y dejas que repose en un sitio fresco una media hora para que asiente el sabor y endurezca un poco la masa.
  2. Calienta el horno a 170ºC (160º si es de aire).
  3. Hay diferentes formas de hacer los cuernecitos. A partir de una bolita de masa, la haces rular y la doblas como un cuerno. Yo suelo hacer medias lunas extendiendo la masa en la encimera y, con ayuda de un cortagalletas redondo o el borde de una copa, voy cortando medias lunas.
  4. Pones las galletas sobre una placa de horno con una lámina de papel de hornear y hornea hasta que veas que coge apenas un poco de color (unos 10 min. máx.). Una vez frías, espolvoreas con azúcar glas.

Galletitas de nuez y merengue o Burgenländer Kipferl

diciembre 04, 2022
Este no era el plan. Mi cabeza tenía otra hoja de ruta pero a lo tonto mis circunstancias se han desviado del objetivo, o no, que lo mismo no es culpa de mis quehaceres sino de mi falta de disciplina doméstica quien me lleva a enredarme en ocho saraos al tiempo y cuando no, me entretengo yo sola retorciendo mis desmanes sin ton ni son, por pura bobería configurando tropelías al tun-tun porque puede que, en el fondo de mi pozo metafísico particular, me aterre reconocer que mi vida es la cosa más sosa que uno pueda echarse al plato. 

Y así, mientras mudo mis simplezas camuflándolas bajo un aire más interesante y menos mundano, el día se me va en un vuelo dejándome en las entrañas esa sensación de aquí hay gato encerrado, clamo al cielo preguntando al supremo "qué has hecho con mis horas del día, canalla" y me prometo a mí misma -eso se me da fenomenal- que mañana haré todas esas cosas que hoy no hice, ni ayer, ni anteayer ni el mes pasado.

Por eso prometo cosas que no suelo cumplir. No por mentirosa, sino por peliculera a la hora de entrar en acción y si tenía pensado hacer esto, termino metiendo mano a lo otro; y si me propuse echarle un ojo a aquello acabo contemplando el más allá en un puro ataque espontáneo de discernimiento cósmico mareando aquello otro que, todo hay que decirlo, estaba tan ricamente en su sitio sin necesidad de hacerle viajar a la Luna pasando por Marte... en definitiva: que me pierdo por marear la perdiz.  
Y en estas estaba cuando he decidido no publicar las galletas que tenía planeadas porque la intención era haberlas publicado ayer -a cuento de ser el 2º domingo de adviento- plan que como cada año, descompongo sin ningún pudor ni remordimiento. El caso es que siempre comienzo muy bien pero oye, que me desinflo por el camino y aún no he conseguido llegar a tiempo a los cuatro domingos. Creía que este año era el bueno... pero esta por ver.

Hala, y así las cosas, he abortado el lanzamiento de las galletas que tenía preparadas. No sé, si lo lío todo un poquito más es como que podré escaparme sin mala conciencia entre tanta bomba de humo. En cualquier caso, la receta frustrada la publiqué en Instagram, ante lo cual, nadie podrá tacharme de egoistilla que no comparte sus recetas. De hecho -y aquí aprovecho para tocar la pandereta- llevo trece años publica que publica sin ánimo ni de lucro ni de fama, solo por la satisfacción de compartir y dejar huella de mi pasión como guisandera y horneadora, sin pedir poco más de un saludo de vez en cuando al personal. No me parece precio alto ¿no crees?

Lo dicho, cambio de planes y publico estas galletas tradicionales austriacas, hechas a la antigua con levadura que están para morirse de un atracón y no arrepentirse luego -no descarto eso de la vida después de estirar la pata- y aunque son de aspecto un tanto desaliñado, las galletitas de Burgenland  están divinas a rabiar.


Ingredientes:
  • 400gr. de harina repostera
  • 30gr. de levadura fresca (o medio paquete de levadura seca)
  • 4-5 cdas. de nata líquida
  • 1 cda. de azúcar
  • 1 piza de sal
  • 3 yemas
  • 200gr. de mantequilla blanda
  • azúcar glas para espolvorear

Para el relleno:
  • 3 claras
  • 250gr. de azúcar glas
  • Más o menos 200gr. de nueces molidas


Preparación:
  1.  Si usas levadura fresca, disuélvela con la nata y mezclar bien con el azúcar hasta que se haya disuelto por completo.
  2. Puedes ligar todos los ingredientes  en una procesadora, amasadora o con unas varillas eléctricas. Si las haces a mano, haz una montañita con la harina en la encimera, forma un pozo y añade la mantequilla en trozos. Agrega las yemas y la mezcla de la levadura ( o la levadura seca). Amasa todo bien hasta que esté bien ligado, lo envuelves en film transparente y deja que repose a temperatura ambiente una media hora.
  3. Para el merengue, monta las claras a punto de nieve añadiendo lentamente el azúcar. Aquí si necesitas varillas eléctricas o un procesador.
  4. Precalienta el horno a 170ºC.
  5. Divide la masa en 6 partes iguales. Espolvorear la encimera con azúcar glas y estira cada parte en un rectángulo de unos 4mm. de espesor.
  6. Extiende una capa no muy gruesa de merengue y espolvorea las nueces molidas por encima. Enrolla con cuidado la masa y ve cortando cada pieza con ayuda de un corta galletas redondo o el borde de una copa.
  7. Coloca cada pieza en la bandeja sobre un papel para hornear y hornea unos 20 min. o hasta que veas que cogen un poquito de color dorado. Deja enfriar antes de espolvorear con azúcar glas.

Schokokipferl, un clásico del adviento austriaco

noviembre 27, 2022
He leído por algún lugar, una fabulilla moderna de esas hecha para hacer pensar. Y vaya si lo he hecho. Te la hago corta: érase una vez un señor mala pieza que acumuló en su haber varias fechorías de las gordas y como era de esperar, fue pillado, llevado ante un juez y sentenciado a mogollón de años de prisión. Esta perita en dulce, tenía esposa y dos criaturas que crecieron con su padre entre rejas. Cuando el susodicho cumplió su condena y volvió al hogar, se encontró con que uno de sus hijos le había salido pieza a su imagen y semejanza y, siguiendo literalmente sus pasos, terminó en la trena. El otro, en cambio, había triunfado en la vida, tenía negocios y estaba forrado, así que cuando les preguntó a cada uno "hijo, cómo has llegado a esto" ambos contestaron lo mismo: " A ver, que esperabas con un padre como tú".

La moraleja, sencilla: todos tenemos libertad de elección y sea cual sea nuestra experiencia en la vida, podemos elegir el mejor o el peor camino. De nosotros depende.
Pero a mí me ha entrado un no se qué de esos que me hace echar espumarajos por la boca y es que, a ver, queridos míos: ¿historieta con lo mucho que un papá ausente, que no se ha criado con ellos y que malamente les ha podido dejar huella, ni buena ni mala -insisto, que el tipo no estaba y cuando estaba, estaba de parranda- marca de por vida a unos hijos criados por una madre, ella sola?  ¿En serio? Venga, hombre. Como siempre nuestro papel en estos cuentos chinos se queda simplificado a la mínima expresión, a la de paridoras y poco más cuando la realidad es que las mamis nos comemos a cucharadas -con ganas o sin ellas- la infancia de nuestros hijos, somos las que les marcamos los límites, les tapamos los rotos y les damos un par de puntadas en los descosidos. Pero claro, donde pinta un padre que no lo emborrone la madre.

Y además, ¿por qué asumimos que el triunfador es el bueno de la historia?. Lo mismo es el capo de su barrio que enredó al hermano para luego dejarlo en la estacada. Todo puede ser. El hecho de  tener éxito no quita que sea ladrón, corrupto o maltratador que todo lo tapa con buenos sobornos y mejores trapos.

Qué no. Qué yo con estos cuentos no me dejo liar. A mí me enredas con otras cosillas como con galletas de adviento, que seremos laicos pero muy golosos y las tradiciones dulces se siguen porque sí, porque a lo bueno no hay que buscarle moraleja.


Ingredientes:

  • 180gr. de harina repostera
  • 30gr. de almendra molida
  • 350gr. de avellanas molidas
  • 50gr. de azúcar
  • 120gr. de mantequilla
  • 1 cda. de cacao puro
  •  vainilla
  • un poco de ralladura de naranja
  • 1 cdta. rasa de polvos de hornear
  • 1 yema de huevo
  • 50gr. de chocolate negro
  • Azúcar glas para espolvorear 

Preparación:
  1. Precalienta el horno a 180ºC.
  2. Derrite el chocolate.
  3. Pon todos los ingredientes en el procesador (o bate con varillas eléctricas) hasta que tengas unas miga finitas. Pásalo a la encimera y amasa hasta que se forme la masa. Deja que repose en el frigorífico mínimo 20 minutos
  4. Espolvorea de harina la encimera, extiende la masa y corta, con ayuda de un corta-galletas redondo o la boca de un vaso, medias lunas. Te dejo este link con un video para que veas lo fácil que es.
  5. Hornea entre 10-150 minutos (dependiendo del horno) hasta que veas que van cogiendo un poquito de color. Después, aún en caliente, espolvorea con azúcar glas y deja que enfríen completamente. Se conservan bien en caja metálica. 

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