Zumo de flor de sauco y fresas

María pasó mucho tiempo pidiendo un banco a su alcalde. Un banquito donde descansar cuando sale a pasear porque la vejez le ha llegado torcida, con una artritis de padre y muy señor mío. Se cansa rápido y el dolor la impide caminar mucho. Si por lo menos en su calle tuvieran un banquito donde sentarse, se animaría a salir más a menudo pero le da fatiga solo de pensarlo. En el cabildo no le han dicho ni que sí ni que no. Que ya dirán. Y así, a lo tonto, la cosa iba para más de un año. Y a Manuel, su esposo, le llevaban los demonios tanta inercia municipal. "Pero que carallo" se dijo. "Si no hace falta nada pomposo ni majestoso, solo un lugar donde María pueda descansar un rato de tanto bastón y disfrutar un poquiño de la calle".

El hombre comenzó a trabajar con once años como aprendiz en una carpintería. Se le daba bien, por lo que rápido se ganó fama de buen tornero. A los 22, ya había ahorrado lo suficiente "para casar, facer unha casa e comprarlle dúas vacas á miña nai". La vida les trató bien. Manuel prosperó a la antigua, trabajando como un mulo lo mismo que su mujer. Y ahora, después de tanta faena -la de toda una vida- no le parece mucho pedir un banco donde poder descansar con María un ratiño cada día.
Pero donde hubo, retuvo. Así que se pasó a la alcaldía por el forro y se dispuso a construir él mismo un banco para María. Se compinchó con el cristalero quien le dejó poner su banquito junto al escaparate; en la ferretería hizo acopio de maderos, tuercas, tornillos y poco más. Y para que la sorpresa fuera bárbara, montó el banco de noche lejos de ojos indiscretos. 

Ahora mismo está en una calle de A Estrada sin lijar en fino y sin barniz. No tiene florituras, salvo una inscripción que dice "Respeten. Para mallores". Y así está siendo porque a pesar de lo concurrido, el banco de María siempre tiene paisanos jubilados reposando sus fatigadas posaderas. Ha sido la sensación del barrio. Digo, de toda Pontevedra. Tanto que le han pedido que haga más pero Manuel no quiere. Está cansado de trabajar, demasiados años encima. Hay cosas que solo se hacen por amor. Un beso, un abrazo y la felicidad de María. Por nada más.
Hay tres cosas que marcan las primaveras austriacas: el ruibarbo, la recogida de las fresas y las flores de sauco. El ruibarbo  es el primero en llegar  ya que comienza a crecer tan pronto se retira la nieve. Las flores del sauco vienen casi a la par que las fresas aunque todo depende de si ha sido una primavera calurosa o tardía. Las flores, deben cogerse cuando acaban de abrir, ni antes ni después. Se marchitan rápido así que no hay que hacerlas esperar. Hay que ser muy paciente durante todo el año para disfrutar de las flores fritas y puede que por eso nos saben tan ricas. Según se recogen, el ritual marca que las flores más bonitas se guardan para freír y el resto para macerar los jugos. Ya publiqué el clásico, simplemente con un poco de limón. Este, con fresas recién cogidas, es de las cosas más ricas y más naturales que he probado. Sabor intenso, a casero y a naturaleza.

Por cierto, las fresas funcionan así: el granjero las planta, avisa en facebook que ya están listas y todos los paisanos vamos en peregrinación con nuestras cestas a recolectar nosotros mismos. El precio por kilo este año es de 4€, más barato que el en super que las cobran a 5€. En el mercado de granjeros las venden a 8€, Ahí queda. 


Ingredientes:
  • 500gr. de fresas
  • Unas 10 flores de sauco
  • 500gr. de azúcar
  • 2 cditas. de ácido cítrico
  • unos 150ml. de agua

Preparación:
  1. En un bol, machaca las fresas, añades el azúcar, el ácido cítrico, las flores de sauco y finalmente, el agua. Deja que repose unas 12 horas en el frigorífico.
  2. Una vez macerado, lo cuelas con un paño limpio. Hierve  el zumo un par de minutos a fuego fuerte. Lo dejas enfriar y listo para consumir

Si te ha gustado, comparte o imprime:

Publicar un comentario

 
Copyright © Hierbas y especias. Diseñado con por Las Cosas de Maite