Pastel de grosellas con sombrero de avellanas
Quiso el destino, que el 25 de septiembre de 1983 el oficial de servicio en el búnker Serpukhov-15 fuera Stanislav Petrov. Esta circunstancia, nos salvó la vida a la humanidad o cuando menos, preservó el planeta tal y como lo conocemos. ¿Qué sería del mundo si en los años 80 se hubiera desatado una guerra nuclear? ¿cuántas penurias y miserias les hubiera tocado vivir a los supervivientes?
Es imposible imaginar la magnitud de la tragedia aunque una cosa está bien clara; tenemos un padrecito llamado Stanislav que nos salvó de la hecatombe. Ya nos dejó, se murió a los 77 años de una neumonía el pobre hombre. Pero su vida ha sido la existencia más valiosa para nosotros, los terrícolas que vivimos hoy felices como perdices. O casi, si tenemos en cuenta como está el percal pero esto es harina de otro costal.
Te cuento. La guerra fría estaba calentita. Hacía tres semanas que los soviéticos habían derribado un vuelo comercial, el 007 de Korean Air que se había despistado y había entrado en el espacio aéreo ruso. En ese vuelo iban varios norteamericanos y entre estos, un senador. Los humos, como digo, estaban alterados y las tensiones entre ambas potencias eran más que evidentes.
Stanislav había cumplido 44 años hacía unos días. Su padre fue piloto durante la Segunda Guerra Mundial y su madre enfermera. Estudió en la universidad de la Fuerza Aérea Soviética en Kiev y posteriormente ingresó en las Fuerzas de Defensa Aérea, donde rápidamente ascendió en el escalafón. A comienzos de los 70 fue asignado al sistema de alerta temprana, y su responsabilidad en el búnker era la observación de la red de alerta por satélite conocida como OKO -ojo en ruso- y en caso de un inminente ataque nuclear por parte de los Estados Unidos, debía comunicar en el acto con los más altos mandos soviéticos así como con el Secretario General del Partido y presidente de la URSS, Yuri Andropov. Y el Yuri y solo él sería el encargado de ejecutar la represalia inmediata contra el territorio estadounidense y/u otros objetivos europeos. La posibilidad de desencadenar de este modo una guerra nuclear era una certeza. Esos protocolos de actuación, ya estaban descritos.
Al coronel Petrov no le tocaba guardia ese día pero a última hora fue llamado para cubrir la baja de un compañero enfermo. En el búnker trabajaban esa noche, 120 personas además del coronel. Minutos después de la medianoche, los sistemas de alarma se activan. Empiezan a sonar las sirenas y los paneles luminosos parecen una verbena. ¿Imaginas la escena? 121 hombres incluido su coronel, con las pelotas de corbata. Un misil acaba de ser lanzado desde una base norteamericana. "Es ilógico" pensó. ¿Los Estados Unidos inician un ataque nuclear y emplean un único misil? Debía de ser un fallo del sistema, pensó. Pero poco después, nueva alarma. Un segundo, y un tercero, y un cuarto, y sí, hasta un quito misil están en el aire. Y una vez más Petrov no se deja llevar por el pánico. Vuelve a razonar "es un sinsentido". Por aquel entonces no había sistemas de autodefensa nuclear, así que ¿qué sentido tenía para el gobierno norteamericano sellar de este modo la aniquilación de su población? Tenía que ser un fallo del sistema, no veía otra explicación.
Así que el coronel Stanislav Petrov, con ese mismo par que tenía de corbata, y una vez arrebujados de nuevo entre los calzones, reportó el caso como falla del sistema. No las tenía todas consigo, el órdago era tan tremendo que nadie respiraba aún. Esperaron con angustia el inminente impacto que gracias al cielo no se produjo. Efectivamente, fue una falla. Las sirenas y las alarmas se desactivan. La crisis nuclear había terminado. Resulta que el sol, la tierra y el satélite OKO se habían alineado de tal forma que el ojo confundió la luz solar reflejada en las nubes con el lanzamiento de un misil. Los sistemas modernos tienen de serie este fenómeno corregido pero a los rusos en ese momento, les pilló en paños menores. El orgulloso poliburó soviético sentenció en la necesidad de silenciar el suceso pero ese coronel listillo debía ser castigado. En la Unión Soviética nadie se salta las normativas y el camarada Stanislav Petrov no estaba autorizado a pensar y razonar por si mismo. Debía de haber escalado la alarma y la decisión de si era real o no el ataque, le competía al Comité Central. Así que había que castigarle pero sin hacer mucho ruido. Fue degradado a Teniente Coronel y licenciado un año después siendo condenado al ostracismo, al más puro estilo de la URSS.
Así que el coronel Stanislav Petrov, con ese mismo par que tenía de corbata, y una vez arrebujados de nuevo entre los calzones, reportó el caso como falla del sistema. No las tenía todas consigo, el órdago era tan tremendo que nadie respiraba aún. Esperaron con angustia el inminente impacto que gracias al cielo no se produjo. Efectivamente, fue una falla. Las sirenas y las alarmas se desactivan. La crisis nuclear había terminado. Resulta que el sol, la tierra y el satélite OKO se habían alineado de tal forma que el ojo confundió la luz solar reflejada en las nubes con el lanzamiento de un misil. Los sistemas modernos tienen de serie este fenómeno corregido pero a los rusos en ese momento, les pilló en paños menores. El orgulloso poliburó soviético sentenció en la necesidad de silenciar el suceso pero ese coronel listillo debía ser castigado. En la Unión Soviética nadie se salta las normativas y el camarada Stanislav Petrov no estaba autorizado a pensar y razonar por si mismo. Debía de haber escalado la alarma y la decisión de si era real o no el ataque, le competía al Comité Central. Así que había que castigarle pero sin hacer mucho ruido. Fue degradado a Teniente Coronel y licenciado un año después siendo condenado al ostracismo, al más puro estilo de la URSS.
No fue hasta la década de los 90 una vez caído el telón de acero cuando un periódico ruso contó su historia. Desde entonces, el mundo se ha hecho eco de su proeza y nuestro padrecito protector recibió distintos premios por todo el mundo en agradecimiento por su decisión. Nunca se sintió un héroe, fue un hombre de esa generación rusa que no se le permitió tener pensamientos propios y personales, aleccionado para la obediencia absoluta y capaz de sacrificar su propia vida por el bien de la madre patria. Pero en esa ocasión, voló más alto; estuvo dispuesto a sacrificarlo todo por el bien de la humanidad. Ole sus bemoles. Y claro, a toro pasado se permitió en alguna ocasión ironizar: "Era mi trabajo", decía. "Pero tuvimos la suerte de que fuera yo el del turno de la noche".
PD: pese a todo, su hijo Dmitri contó que unos meses después del incidente, Stanislav recibió una condecoración "por los méritos rendidos a la Patria en las fuerzas armadas" sin recibir por ello explicación alguna.
Ingredientes:
Para el sombrero:
Preparación:
- 3 yemas y un huevo
- 100gr. de mantequilla
- 100gr. de azúcar morena
- ralladura de limón
- vainilla
- 200gr. de harina repostera
- polvos de hornear
- 400-500gr. de grosellas
Para el sombrero:
- 75gr. de azúcar glas
- 100gr. de avellanas molidas
- una pizca de sal
Preparación:
- Precalienta el horno a 180ºC.
- Haz una crema suave con la mantequilla, la ralladura, la vainilla, el azúcar, las yemas y el huevo. Añade el harina y el polvo de hornear. Una vez que la masa esté suave y sin grumos, mezcla las grosellas
- Trasfiere la masa a un molde forrado con papel y hornea unos 30-40 minutos.
- Mientras, mota las claras a punto de nieve y añade el azúcar glas y una pizca de sal Lo bates con las varillas eléctricas o el procesador varios minutos hasta que veas que está completamente hecho el merengue (una crema muy espesa). Añade las avellanas molidas y remueves suavemente con una espátula con cuidado que no se desmonte el merengue.
- Cubres el bizcocho con esta masa y lo vuelves a meter al horno unos 5-10 minutos y solo con el grill o la parte superior encendida (a la misma temperatura 180ºC y sin despegar el ojo del horno que se quema con facilidad). Dejar enfriar completamente.
Publicar un comentario