Farinata de garbanzo con verduras

Pero Giuseppe Garibaldi no había muerto. Lograron escapar y continuaron la lucha, ahora en Uruguay al lado de sus famosos camisas rojas, la legión de expatriados y parias que fueron uniéndose a Garibaldi a costa de sus ideales de igualdad, justicia y lucha por la libertad.
Siguieron luchando en el sitiado Montevideo durante años hasta que llegaron esperanzadoras noticias desde el Piamonte: la pena de muerte que pesa sobre su cabeza, es revocada y se le anima a regresar con sus tropas a luchar de nuevo por la unidad italiana que aúne a todos sus estados lejos de las zarpas de los reyes europeos. Anita le sigue los pasos, a un país desconocido, sin saber la lengua y sin mayor referencia que su amado. Lucharon con bravura contra todos los que se oponían a la unificación hasta que en una de estas batallas, contra los austriacos esta vez que acudieron a la llamada del Papa de Roma, salieron mal parados.
Anita volvía a estar embaraza del que tenía que haber sido su quinto hijo. Huyen como pueden con la intención de buscar refugio en la República Veneciana a la que no consiguieron llegar juntos: cerca de Rávena, agotada y de mala manera, cae enferma de fiebres tifoideas y muere en pocos días.
Ya nadie más volvió a llamarle José. Huyó una y dos y tres... regresó una y dos y tres... siempre luchando y sin darse jamás por vencido. Con el paso de los años, logró su soñada unificación pero sacrificando su ideal republicano. La republica tuvo que esperar. Pero esa es otra historia.
La historia de Garibaldi fue la de un paria italiano que recorrió las llanuras sudamericanas de batalla en batalla, luchando por lo que creía justo con su querida Anita siempre a su lado, hasta la muerte. Un hombre que sorteó la victoria y la derrota casi a partes iguales por amor a su patria, que tuvo que renunciar a su ambición de ver a Italia unida en una república. Todas sus hazañas, su perseverancia, se volvieron tan legendarias que cuando visitó Inglaterra ya de anciano, le recibieron como un héroe mundial. El héroe de los dos mundos, como le llamó Alejandro Dumas.
Un día como hoy de 1.882 moría a los 75 años Giuseppe Garibaldi en Cerdeña después de una vida intensa, llena de batallas, revoluciones y aventuras, con su honestidad casi intacta, tres matrimonios y el recuerdo idealizado de Anita siempre vivo.
La farinata es la prima hermana de la focaccia y la pizza pero elaborada con harina de garbanzo. En Cerdeña se la conoce como fainé y llegó a Uruguay muy posiblemente de la mano de algún camisa roja expatriado. O eso quiero creer porque se popularizó cuando Garibaldi guerreaba por esas tierras. Allí se la conoce como fainá. Esta que te traigo es un poco revolucionara o contestataria porque se suele servir sola sin las verduras. Pero oye, la revolución es lo que tiene, que a veces la r se queda por el camino y terminamos evolucionando culinariamente.
Ingredientes:
Ingredientes:
- 1 calabacín pequeño
- unos tomates cherries
- aceite de oliva
- sal y pimienta
- 150gr. de harina de garbanzo
- 300ml. de agua
- unas hojas frescas de albahaca o menta
Preparación:
- Pon a calentar el horno a 200ºC.
- En una sartén, saltea el calabacín cortado en rodajas con un poco de aceite de oliva. Añade los tomates partidos por la mitad y saltea 1-2 minutos. Salpimienta.
- Mientras, mezcla con la batidora eléctrica (para que no te deje grumos) la harina y el agua con una pizca de sal. Añádelo a la sartén y deja que cuaje un poco (de 2-3 minutos) a fuego medio-bajo.
- Llévalo al horno y espera a que esté bien cuajada la farinata.
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