Pan de hamburguesas con espelta

Un día como hoy de hace mogollón de años -corría el 1282- un hijo ingrato era desheredado por su padre al que decían ser un gran sabio. Sancho, que así se llamaba el ingrato bravucón, era el segundo hijo del rey Alfonso X. El primero, su favorito y heredero, se llamaba Fernando y se llevaban padre e hijo a las mil maravillas. Fue su gran apoyo como rey y en compensación le dejo mucha mano libre para ayudarle a gobernar porque por aquel entonces estaban los musulmanes del sur guerreando día sí y día también. 

Pero para su desgracia, el Infante Fernando de la Cerda -apodado así por un feo, peludo y enorme lunar que tenía en la espalda o en el pecho, nadie se puso de acuerdo en esto- la palmó un poco de la noche a la mañana dejando al rey desolado y un poco perdido. Parecía que quería hacer el pino puente a Sancho porque no se llevaban muy bien. El padre le preparó un matrimonio al que el bravuconazo le contestó que nones y, con un par, por su cuenta se casó con su tía María de Molina y, como era de esperar, se lió parda a más no poder porque el Papa decía que de esa boda ni hablar del peluquín, que era incestuosa, y los del Señorío de Vizcaya andaban muy beligerantes por estar requete ofendidos a costa del frustrado matrimonio con la novia nº1. 

Y así, como quien no quiere la cosa se armó la de Troya pero sin caballo. Los prohombres castellanoleoneses -que andaban enfadados con el décimo porque entre sus muchas reformas, la del fisco les había tocado en los caudales y ellos, que a lo que estaban acostumbrados era a pedir y pedir y volver a pedir, pues imagina la mala chufa que gastaban-,  se aliaron con Sancho y pensaron que ya puestos, para qué esperar, porque más valía pájaro en mano que ciento volando y ya que el Sabio estaba enfermo y quería dejar de herederos a sus nietos por encima de sus propios hijos, pues que mejor cortar por lo sano y levantarse en armas contra el rey padre a favor de coronar al rey hijo.

Alfonso X terminó enfermo y refugiado en Sevilla junto a su hija Berenguela que fue la única de todos sus hijos -y tuvo 11 legítimos y 5 ilegítimos- que permaneció fiel y a su lado... ¿todos? No, porque el Juan de Castilla el de Tarifa era un mal bicho, ambicioso y tóxico como él solo y viendo que su hermano Sancho -el que terminó siendo Sancho IV el Bravo- no atendía a sus exigencias, regresó con el padre, le pidió perdón y hasta la siguiente, porque las estuvo montando pardas toda su existencia haciendo la vida imposible a tres reyes antes de palmarla. Que se lo digan a María de Molina que le sufrió lo suyo.
El caso es que Alfonso X el Sabio no tuvo suerte con sus muchos hijos pero en cambio, la herencia cultural que nos legó fue inmensa: obras científicas, astrológicas, doctrinales y didácticas, legales, musicales y por supuesto, su obra poética que él normalmente escribía en gallego porque decía que era el idioma idóneo para la poesía. Además, afianzó la lengua castellana, con la creación de la escuela de Toledo donde eruditos cristianos, hebreos y musulmanes realizaban todo tipo de traducciones culturales.

Y un mérito suyo, no muy conocido pero tremendamente peculiar con denominación de origen "made in Spain"  es la popularización de la tapa. Se dice -yo ni confirmo ni niego- que dio la orden de que por los mesones de sus reinos,   se sirviera con la bebida una pequeña porción de comida -un poco de queso, choricillo o unas olivas- para que los parroquianos no se pillaran los pedales que se pillaban, montando jarana por las tabernas, ventas y ventorrillos. Cervantes los llamaba llamativos de la sed y Quevedo avisillos, pero no fue hasta el Siglo XX que nos diera por llamarlas tapas.

Si estas hamburguesas, en lugar de hacerlas de 150gr. las haces de 50-60 gr. tienes unas hamburguesitas taperas fantásticas. 
Ingredientes (8 panes grandes de 150gr.):
  • 500 gr. de harina de espelta
  • un sobre de levadura de pan seca
  • 1 cda. de jarabe de malta o cebada malteada (opcional)
  • 1 cda. rasa de miel o 2 de sirope de agave
  • 1 taza (cup americana) de leche templada más 1/4 de taza más o menos de agua templada
  • 1 huevo
  • 1 cdita. de sal
  • 3 cucharadas de aceite suave (yo jamás pongo de oliva)
  • Para pincelar, una mezcla de 1 cucharada de buttermilch o yogur con dos de leche. Duplica la cantidad si es preciso manteniendo esta proporción.

Preparación:
  1. Ingredientes líquidos: diluimos la levadura, la cebada malteada y el sirope de agave con la leche y el agua templada. 
  2. En un bol, ponemos la harina, el huevo y añadimos los líquidos. Batimos con ayuda de unas varillas eléctricas o un procesador de alimentos hasta que la masa esté suave y homogénea. Dejamos que se desarrolle la masa unos 10 minutos.
  3. Añadimos la sal y el aceite, lo integramos bien a la masa y dejamos que repose en un sitio seco y templado unos 90 minutos.
  4. Engrasamos un poquito la encimera y las manos; pasamos la masa y la dividimos en 8 bollitos de 150gr. cada uno. Colocamos cada bolita de masa sobre la fuente del horno con papel de hornear, cubrimos de nuevo y dejamos levar de nuevo 20 minutos.
  5. Precalienta el horno a 180ºC (mi horno necesita 170ºC)
  6. Pincelamos cada bollito con la mezcla de buttermilch ( o yogur) y leche. Repetimos el pincelado para que la capa quede más intensa. Puedes poner unas semillas de sésamo por encima.
  7. Horneamos hasta que los bollitos tienen un bonito color dorado.





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