Torticas de calabacín y atún
Y mira que podría haber empezado por sus Crónicas marcianas, porque le tengo muchas ganas, pero ha sido El vino de diente de león -título original que me parece precioso y tiene su cosa- y la mente inquieta de Douglas Spaulding quien me ha atrapado en su verano de 1.928 en Illinois haciéndome recordar que muchas de sus dudas y descubrimientos también los experimenté en su día, muchos años después y en un lugar de la Mancha que a todas luces, nada tiene en común con Illinois.
Pero las mentes vivarachas de los chiquillos, son así todas... o más o menos, capaces de mezclar lo cotidiano y aburrido con acontecimientos fantásticos que solo pueden nacer de una mente infantil antes de ser achicharrada por la pubertad y todo el circo que se monta después, cuando les obligamos a crecer y a enterrar su universo privado para así evitar distracciones a la que les lanzamos sin paracaídas al mundo adulto. Cómo si no fuera compatible la madurez y la fantasía. Como si soñar le quitara importancia o inteligencia o porte al individuo que cada mañana va al trabajo y vuelve baldado, y aún sin ganas tiene que brear con los hijos, y los suegros, y los vecinos, y el mecánico.
Yo me he permitido en mis vacaciones del estío, pedalear por lagos enormes y pocos profundos, llenos de lodo y de patos y garzas y cisnes; me he regalado tardes leyendo a Ray Bradbury al borde del estanque de peces de una pensión checa donde los zapateros se deslizaban sobre el agua en manadas dejando cientos de pequeñas ondas expansivas a su paso y entre las páginas veraniegas de los Spaulding se detenía mi lectura en seco cada vez que un pez saltarín se contorsionaba fuera del lago en busca de un sabroso insecto que le alegrase la tarde.
Qué bonito es el mundo cuando merodean los soñadores por todos sus rincones a pesar de su ingenuidad ante lo práctico y ambicioso. Porque, como dijo el viejo Leo Auffmann al abuelo Spaulding: "¿Acaso hoy las máquinas no nos hacen llorar? ¡Sí! Cada vez que el hombre y la máquina parece que se van a entender... ¡bum! Alguien añade un engranaje y los aeroplanos nos tiran bombas, los coches nos arrojan a los precipicios..." porque mientras la gran parte de mundo anhela un mundo más confortable y amable, un pequeño porcentaje de codiciosos desalmados se empeñan en ponerle bombas a todo y hacen que la vida, lo único importante que tenemos se convierta en una pesadilla interminable.
Así que, una vez más, me declaro afortunada por tener la vida que tengo; lamento que los que ponen bombas en los aeroplanos sigan en sus trece de quitarnos lo bonito y lo amable; y sobre todo, y aún con todo, le pido a la divinidad pertinente en obrar milagros, que le dé a todos los habitantes de la Tierra lo mismo que yo tengo, ni un euro más ni uno menos, y te aseguro que todos tendríamos tiempo de leer apaciblemente en una pensión checa, dinero suficiente para vivir bien -y sin exagerar- pero sin caudales suficiente para comprar bombas.
Y sobra decir lo agradecida que estoy al huerto que tantas cosas ricas nos da cada verano; y a las mil y una formas de hacer torticas con o sin calabacín. Anoche hice unas estupendas de patata y calabacín que volveré a hacer pronto para publicarlas pero antes colaré unas fantásticas que probé en las vacaciones -en la pensión del lago con zapateros y peces saltarines contorsionistas- de patata y berenjena con col al estilo checo... pero tendrá que ser para otra. Hoy estas de atún que también han triunfado.
Ingredientes:
- 1 calabacín mediano (unos 200gr)
- Atún a tu gusto (entre 80-150gr)
- 200gr. de harina (yo le pongo parte integral)
- 1 sobre de polvos de hornear
- 50ml. de agua
- sal y pimienta
- algo de cebolla en polvo (opcional)
- 3 cdas. de parmesano rallado
- algo de queso gouda o mozarela rallado
- algo de aceite de oliva
Preparación:
- Ralla el calabacín y lo mezclas con el resto de ingredientes hasta que tengas una masa pegajosa pero firme. Si ves que queda muy dura, añade una pizca más de harina. Yo, el último ingrediente que le añado es el queso mozarela rallado. También puedes añadirle a la masa una cucharada de aceite de oliva.
- En una sartén, pon un poco de aceite de oliva y con ayuda de una cuchara, vas echando pegotes de masa. Cuando le des la vuelta, lo aplastas a tu gusto para que queden más finas o más gorditas.
- Puedes servirlas con pipirrana y tu salsa favorita.







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