Pollo a la buena mujer. 3ª Parte


( El caso de Tomás Ruiz Cardillo)

       En todo pueblo de preciar siempre hay un guaperas y de no haberlo, uno se lo inventa. Y ese era el Tomás, que por méritos propios o a falta de mejor ejemplar se pasó la vida arrancando suspiros y quebrantando ilusiones a las mozas del pueblo. Ese guaperío suyo venía propiciado fundamentalmente por ser dueño de un porte más bien elegantón que, sumado a su facilidad de verbo impecablemente expresado, hizo suponer a la familia que el muchacho despuntaba maneras y recién cumplió la edad para irse de quinto, su padre lo empaquetó en la milicia. Completó el servicio en Madrid como chófer de un coronel de ingenieros que resultó ser un verdadero chollo, pudiendo sacar tiempo para realizar unos cursos a distancia de gestión empresarial. También hizo migas con un compadre de instrucción de buen linaje y muchos pudientes, amistad que conservaron después de finalizar el servicio militar y habiendo refinado esa labia suya, consiguieron —a saber cómo— liar al ilustre padre del susodicho quien les financió una oficina de alquiler de coches de alta gama en Ciudad Real. En pocos años, abrieron sucursales desde Tomelloso hasta Puertollano siendo el Tomás el hombre más notable por méritos propios de Villamayor. Y es que al pueblo le gusta la gente que sale de sus entrañas y no la de rancio abolengo, esa que si algo de fortuna conserva, no es por talento propio sino más bien amparada bajo la influencia de los de su misma clase, porque entre ellos se cosen los rotos y los descosidos para seguir disfrutando de sus privilegios a costa de reventar al humilde.

       Fue en una fiesta de la Candelaria cuando conoció a Mari Carmen. Antes de la procesión y después de la tabarra que dan los críos con los cencerros, se juntó con la cuadrilla que ya amenazaba jolgorio y, mientras la chavalesca y los yayos se disponían a disfrutar del consabido chocolate con roscos, ellos se atrincheraron en El Pincho disfrutando de la primera ronda de vinos del día. La muchacha iba acompañada por su prima Pilar y una amiga que la Pili hizo en corte y confección. La echó el ojo y ya no se lo quitó. Ennoviaron pronto y para el Domingo del Rosario se prometieron oficialmente con la fecha de boda bien armada para después de la romería de San Isidro aprovechando que, para esa fiesta, todos los parientes estarían en el pueblo porque la salida del santo a la ermita no se la perdía ningún parroquiano ni harto de vino. Y fueron felices, comieron perdices y gazpachos y berenjenas de Almagro. 

       Y aquí debería haber echado el freno el Tomás, pero no, hay hombres que son así. Decidió meterse en política. El pueblo estaba medio abandonado y mientras toda la región prosperaba atrayendo turistas y demás visitas gustosas de pasar unos cuantos días comiendo bien y bebiendo mejor, Villamayor languidecía abochornado en ese típico urbanismo tan poco vistoso que suele darse por estos lugares, y es que no sé qué les pasa a algunos manchegos que tienden a dejar sus fachadas y muros a medio terminar —o medio empezar, nunca se sabe— dejando tapias sin encalar o miretes sin reparar. Pero con un buen equipo municipal dispuesto a renovar el mobiliario urbano, rescatar bombos, ventillas, portalones y casa de labor para dar así nobleza a la localidad y con suerte, incluirla en la ruta del vino que tan buenos réditos estaba dando a otros villorrios de mucha menos solera que Villamayor porque entre la cooperativa de vinos, la de aceite y la de quesos, tenían materia autóctona suficiente para atraer hasta al turismo más exigente. Y más forrado, que todo ha de tenerse en cuenta.
       Pero las cosas no fueron bien. La carnicería entre ediles, secretarios y concejales era tal que los conflictos rebosaban el ayuntamiento y se colaban en los patios y balcones enfrentando primo con primo y sobrino con sobrino. Dejó al socio apañárselas solo con las sucursales, lo que supuso el principio del fin del sustancial negocio. Apenas veía a Mari Carmen que para colmo de males no conseguía embarazarse y el médico dijo que no había impedimento físico sino psicológico. La Mari estaba depresiva y la medicación recibida no ayudó en nada a la mujer que se ahogaba en nostalgias. Para subir el ánimo de su esposa —y limpiar su mala conciencia— financió su mayor sueño, el de restaurar y recuperar las ruinas de la venta y el olivar que heredó del abuelo paterno. 

       Se trataba de un reseco caserío con una torrecilla a cuatro aguas levantada sobre el portón de entrada que abría paso a un amplío patio central que comunicaba no solo con la casa principal sino también con una pequeña bodega y un par de corrales. Contrató a un experto en dar lustre a estas ruinas de Valdepeñas al que se le atribuía la reconstrucción de varias ventas de renombre y se pusieron a ello con mucho empeño y mayor afán, tanto que el entusiasmo se les desbordó y al fulano le faltó tiempo para engatusar a la Mari Carmen que, como ya se ha constatado, andaba la mujer algo desanimada y desdichada. Recomiendo al lector que no juzgue a la esposa del Tomás como mujer ligera de cascos y facilona a la hora de entablar tratos fuera del matrimonio porque no era el caso. Entiéndase que algunos lances son obra de las desgracias que como no saben venir solas suelen dejarse acompañar por guaperas de poca monta y menos escrúpulos.

      El caso es que, entre unas cosas y otras, Tomás se fue a la ruina. Desplumado por querer tocar muchos palos y no retener ni uno. Las deudas empezaban a acumularse y la vergüenza se le hizo un mundo. Porque uno puede no tener nada y mantener su dignidad firme y sin fisuras, pero —Ay amigo— qué distinto es cuando se trata de perder lo ganado. Esa mancha nunca se limpia del todo, los envidiosos se crecen, los mediocres sacan pecho y los amigos desaparecen en un abrir y cerrar de ojos. Y él, que de la aventura de su mujer no tenía ni retoma idea —por todos es sabido que el mayor implicado siempre es el último en enterarse— se le partía el alma con solo pensar en darle la mala noticia. Y en situaciones desesperadas, soluciones desesperadas. Había que matarse. Sí, suicidio.

—¡Arrea Tomasillo de mi alma y de mi corazón! pero ¡cómo se te ocurrió semejante descalabro, hombre de dios! ¡amos con las ideas que tienes chiquillo!— y le soltó una colleja afectuosa y para que no se confundiera con una de las otras, apretó acto seguido la nuca del supuesto suicida hacía sí —¡Tomás!  si estabas falto ¿cómo no me pediste los caudales a mí? Si sabes que en casa vamos muy holga'os.
—El Agustín... no te dijo ¿verdad?— y ante la cara de lelo de Bernardo añadió —pues que sepas que tu sobrino me mandó a zurrar mierdas... mira, no te digo más que con eso te lo he dicho y no tengo ganas de templar gaitas ni de ponerme borrico con eso que ya no vale pa'ná— y recuperando el hilo de la historia, le dijo —A ver Bernardo, que ya te he dicho que a mí me han mata'o, qué vale que yo estaba en ello pero que no me dio ni tiempo a hacerlo yo solo. Qué de mala manera me enredó la Mari y...
—¡La virgen! ¡La Mariiiii! ¡Qué me cuentas! ¡Amos, no me jodas! ¡La virgen!
—Ella no, ella me emborrachó y tenía al fulano de Valdepeñas para darme el remate. Ni le vi venir Bernardo. Al muy canalla ni le vi venir.

       Habían estado vagabundeando sin rumbo desde la calle del Moral a la Ronda del Calvario y enfilaban ahora el camino del molino aparentemente de puro sin pensar en ello pero he de constatar que a medio kilómetro del camino se hallaban las bodegas del Ambrosio, siendo famosos sus caldos en toda la región.

—¡Ay Tomás, qué mal trago has tenido que pasar!
—Y tan malo, que me tragué media alberca.
Na, vamos anca Ambrosio que tiene un crianza que es majar de dioses y mientras lo catamos, tú me sigues contando lo de esa mala mujer tuya.
—Mala, mala, no sé. Mira que yo no creo que haya sido cosa suya. Que esto me pega en la nariz que ha sido treta del... —se paró en seco y mirando al Bernardo con los ojos como platos, le preguntó—Pero Bernardo, ¿qué es eso de catar... tú y yo... en serio me dices que tú y yo podemos...?
—Anda, ven aquí pa'ca Tomás que de difunto veo que aún andas virgen y hay algunas cosillas que yo te puedo adelantar... por ir abriendo el paladar y el resto ya se verá, alma en pena.


Ingredientes (para 4 personas):

  • 10 muslitos de pollo
  • un poco de harina para rebozarlos
  • aceite de oliva para freír
  • 2 cebollas
  • 3 dientes de ajo
  • 300gr. de champiñones
  • 3-4 zanahorias
  • 4-5 patatas
  • 300ml de buen vino blanco
  • otro tanto de caldo de pollo
  • un par de hojas de laurel
  • sal y pimienta
  • opcional: unas ramitas de tomillo

Preparación:
  1. Precalienta el horno a 200º. Sal pimienta y reboza los muslitos en la harina. Los sofríes en una sartén con un dedo escaso de aceite de oliva. Los doras por ambos lados.
  2. Los dispones en una cazuela o fuente de horno junto con las cebollas cortadas en cuartos, los ajos, el laurel las zanahorias en rodajas y el vino blanco. Los horneas y si ves que se van quedando secos o no cubren bien (no del todo que si no los muslos no cogen color), vas agregando caldo.
  3. Mientras, cuela el aceite de antes, pasa un poco de papel de cocina sobre la sartén y salteas los champiñones (los salas un poquito, casi nada) usando un poquito del aceite sobrante. Los reservas.
  4. Las patatas las cortas en cuadritos, las salas un poquito y las fríes como normalmente hagas (yo tengo una freidora sin aceite) y las reservas.
  5. Una vez que los muslos estén asados, separas los muslos y las zanahorias y tras desechar las hojas de laurel, trituras bien el resto (caldo, cebolla y ajos). En la misma sartén (ojo, qué se pueda meter en horno) o en la fuente, dispones el guiso: primero capa de patatas, champiñones y zanahorias. Los muslitos encima, cubres con la salsa y vuelves a hornearlo todo unos 5-10 minutos para que se ligue la salsa al guiso y cojan los muslos buen color.

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8 comentarios

  1. ¡El pollo riquísimo, tendré que probarlo! Pero Maite, yo creo que se te da muy bien eso de escribir historias. ¡¡Que bueno!! Y me ha encantado, tanto como el Pollo o mas...jjj Besitos y espero estés bien.

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  2. Me he quedado abducida por el relato primero y por el pollo después. Me he leido los dos anteriores, para no perder el hilo, aunque siendo solo una historia ya me hubiera gustado, con ese verbo ágil y simpático que hace que la narración fluya perfectamente. Luego me he ido al pollo para no perdérmelo tampoco, que esta carne tan apreciada por todos, la más consumida, bien merece una salsita rica y sana como la que le has hecho. El dos por uno te ha quedado genial.
    Un beso.

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    1. :-) muchas gracias Lola! me emocionan mucho tus palabras! un besazo

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  3. Mai querida, que historias nos cuentas, son maravillosas y siempre me quedo con ganas de un poquito más!
    Me encantaría una vez poder caminar esas calles y hacerme una cata como la de los amigos Bernardo y Tomás, una de esas bien buenas y disfrutar de esa gastronomía manchega tan deliciosa, ojalá algún día podamos darnos la vuelta juntas así mientras le damos al pico me vas contando esa infinidad de historias que tenes guardadas en tu cabecita y me hacen soñar.
    Gracias por regalarnos tus relatos y ese pollo está para chuparse los dedos!
    Te quiero!

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    1. Pues vendrán más porque has abierto la caja de pandora :-D

      Ese viaje juntas sería un sueño hecho realidad :-) Yo también te quiero mucho

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  4. Estaba enganchadísima a la historia, pero lo de la receta me ha acabado de conquistar.

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